domingo, 18 de abril de 2021

¿FATIGA PANDÉMICA?

Investigación

Ribera murió en 1652. Después de una vida de éxito, sus últimos años fueron tristes, con penurias económicas. Además, parece ser que un embarazo muy “deshonroso” en su entorno directo amargó sus últimos años. Todo lo que le pasó no fue nada comparado con el caos en el que cayó su querida Nápoles poco después de su fallecimiento.

Este blog es fruto, en cierta medida, de la pandemia del coronavirus. Para iniciarlo, no viene mal recordar otras pandemias que tuvieron que sufrir nuestros antepasados y sus repercusiones en el mundo artístico. 






·         MURILLO, Y LA PANDEMIA DE 1649 EN SEVILLA

·         LA PANDEMIA DE 1656 DE NÁPOLES Y SU INFLUENCIA EN EL CÍRCULO DE RIBERA

·         MEDIOS SANITARIOS PARA HACER FRENTE A LAS PANDEMIAS DEL XVII

 

MURILLO, Y LA PANDEMIA DE 1649 EN SEVILLA

“ (…) La pandemia irrumpió en primer lugar en Asia, para después llegar a Europa a través de las rutas comerciales, empezando por Italia (…) ”

¿Coronavirus? Pues no. Es una frase extraída de la entrada “Peste negra” de Wikipedia. En esta situación actual, en la que somos incapaces de asumir la pandemia que nos ha tocado en el último año, pudiera servir el consultar pasadas epidemias para ver los estragos causados y las reacciones de la sociedad, utilizando a los pintores y grabadores como cronistas de épocas relativamente recientes, como fue el siglo XVII.

La peste negra o peste bubónica, hace mención a los “bubones” o tumores oscuros que se forman, que no son sino ganglios linfáticos inflamados, enfermedad transmitida por la picadura de pulgas. Fue una pandemia cuyo primer brote en Europa tuvo lugar sobre el año 500, denominada la “plaga justiniana”. Se cree que pudo acabar con una cuarta parte de la población mundial, que se dice pronto.

El segundo brote fue aún más virulento y duradero, en especial, en Europa, desde finales de la Edad Media hasta el siglo XIX, casi cinco siglos en los que la pandemia reaparecía una y otra vez. La mortandad fue tremenda, entre 75 y 200 millones, equivalente al 30-60% de la población de Europa. Muchos fueron los artistas que murieron de peste negra.

A mediados del siglo XVII, la enfermedad se movía con rapidez por el Mediterráneo. Parece ser que en junio de 1647 saltó de Argel a Valencia, y de ahí se extendió por buena parte de la Península ibérica. En 1652, de España saltó a Cerdeña, y en años posteriores ya había infectado Génova, Roma y Nápoles.

El episodio que asoló Sevilla en 1649 acabó, probablemente, con la mitad de su población. Se estiman los fallecidos entre 60 y 100 mil. Se ignoraba que las pulgas eran el modo de transmisión del contagio, por lo que las medidas establecidas iban un poco a ciegas: quema de ropa, aislamiento de los enfermos, sacrificio de perros y gatos, encalado de casas, limpiar y desinfectar calles o desinfectar monedas y joyas con vinagre o calor. Todo el mundo que podía se marchaba de la ciudad, y los que se quedaban, se encomendaban a Dios.

Lo que hoy denominamos “zona 0” de las pandemias, en el caso de Sevilla, fue el Hospital de las Cinco Llagas o de la Sangre, actualmente sede del Parlamento de Andalucía. Estremece ver los datos que se publicaron en la época sobre la afección en dicho Hospital y el porcentaje de fallecimientos: de casi 27.000 ingresados, fallecieron 23.000; murieron 5 de los 6 médicos; cirujanos, 16 de 19, y sangradores fallecieron 34 de 56.

Antiguo Hospital de las Cinco Llagas, epicentro de la peste de 1649

Haciendo una extrapolación de estos datos con la pandemia actual, sería como si en un solo hospital de los existentes en España de cualquier gran ciudad, muriesen por coronavirus ¡150.000 personas, incluyendo casi la totalidad de los sanitarios!, algo brutal.

Existe un cuadro que refleja la tragedia vivida en el Hospital de las Cinco Llagas, una imagen aérea de algún pintor anónimo de segunda fila, que representa -con cierto aire de estilo naif-, el caos que circundaba la explanada frente a dicho Hospital, que hoy es el enorme espacio frente al Parlamento andaluz. Es un testimonio único de la peste en Sevilla, donde predominan los muertos por doquier, así como religiosos y religiosas.

La peste en Sevilla en 1649.
Anónimo (1649, Hospital Pozo Santo, Sevilla)

Entre los artistas de primer nivel que fallecieron en Sevilla está Martínez Montañés (máximo exponente de la imaginería sevillana de la época) y Zurbarán hijo. Murillo, casado pocos años antes de la tragedia, también sufrió las consecuencias de forma directa. No está claro cuántos de sus hijos murieron, entre uno y tres.

Lo que sí está claro es que, frente a tanto horror, Murillo no se dedicó a plasmar la tragedia de forma cruda y deprimente, al contrario, fue en esta época cuando inicia la serie de cuadros costumbristas de niños que probablemente sea lo más original y destacado de su obra, a pesar de que es más conocido por su pintura religiosa y en particular, por las Inmaculadas.

La aparición magistral de niños en sus cuadros religiosos era habitual, pero fue a raíz de la pandemia de la peste, cuando empezó a hacerlos protagonistas exclusivos de sus cuadros costumbristas. Probablemente, fueron comerciantes del norte de Europa los clientes de Murillo para seguir durante toda su vida pintando escenas profanas infantiles, que se encuentran hoy repartidos por los mejores Museos de todo el mundo.

Estas escenas de los niños de la calle comienzan con el cuadro Niño espulgándose. Es un chiquillo harapiento, cuya suciedad y escasos alimentos transmiten melancolía incluso tristeza, siendo el único de toda la serie (formada por unos quince cuadros) que no refleja el optimismo existencial del pintor, probablemente porque fue pintado en un momento de especial dolor.

Niño espulgándose (Museo del Louvre) y 
Niños comiendo uvas y melón (Alte Pinakotehk, Munich),
ambos de Murillo, sobre 1650


La luz, un potente claroscuro que penetra en diagonal desde la izquierda, da más dramatismo a la escena. Todo el tercio inferior -cántaro, cesta, planta de los pies sucias y las pocas gambas tiradas en el suelo, donde luz y penumbra se intercalan- es de una genialidad indiscutible. Iluminación y naturalismo extremo, casi fotográfico, deuda de Caravaggio y Ribera.

Pero pronto el pesimismo se torna en alegría con otro cuadro de esta época, Niños comiendo uvas y melón, donde ya el alimento no es mísero sino abundante, y la actitud de los niños es de jolgorio. De aquí en adelante, esa será la norma habitual de toda la serie, es decir, a pesar de reflejar niños harapientos tirados en la calle, los probables huérfanos de la peste, el pintor nos transmite su más que evidente espíritu positivo.

Y esto, a pesar de la durísima vida que tuvo Murillo: el mismo fue un huérfano, le criaron un cuñado y su hermana, que también murieron jóvenes; su mujer murió antes de los cuarenta años, posiblemente de tanto parto, y de sus diez hijos, es posible que sólo le sobreviviera uno. El porqué un pintor que tuvo tantos momentos dolorosos a lo largo de su vida es tan extremadamente optimista en sus obras es un misterio ¿El arte al servicio del consuelo, como analgésico del horror vivido?

LA PANDEMIA DE 1656 DE NÁPOLES Y SU INFLUENCIA EN EL CÍRCULO DE RIBERA

En 1656, pocos años más tarde de la de Sevilla, Nápoles, entonces bajo dominio español, igualmente sufrió una esas pestes terroríficas que diezmaron su población. También acabó con la mitad de sus habitantes: se calcula que, la que entonces era la segunda ciudad europea por detrás de París, perdió entre 150.000 y 200.000 ciudadanos. Más allá de la capital, el reino de Nápoles -prácticamente la mitad sur de la península italiana-, perdió aproximadamente 1.250.000. Pueblos enteros desaparecieron.

Existe un cuadro sobre la peste de Nápoles, sorprendentemente similar al de Sevilla, también de visión aérea, pero en este caso no es anónimo, ni tiene ese toque infantil del autor sevillano, sino un nivel de detalle y de personajes enorme, que giran alrededor de la tragedia y la muerte. Es de un pintor muy importante napolitano, Domenico Gargiulo, también llamado Micco Spadaro, porque su padre se dedicaba a la fabricación de espadas. El caos, la tragedia que transmite, estremece:

La plaza del mercado de Nápoles durante la peste de 1656,
de Domenico Gargiulo (Museo di San Martino Nápoles, 1657)

Era una época de esplendor artístico y pictórico. La escuela barroca napolitana, de las más importante de Europa del momento, se vio terriblemente afectada por la peste. Poco antes de la pandemia, habían ya fallecido en Nápoles dos de los gigantes del barroco europeo, por tanto, de los mejores pintores de la historia: Ribera, en 1651 y Artemisia, en 1654. Pero la peste casi pone la puntilla al esplendor artístico napolitano. Que se sepa, por causa de la muerte fallecieron:

-      Massimo Stanzione (1585-1658): pintor que unió con especial éxito las dos corrientes principales del barroco italiano, el caravaggismo y el clasicismo boloñés de la escuela de los Carracci. Fue el mayor competidor de Ribera

-      Bernardo Cavallino (1616-1656): de clara influencia caravaggista y riberiana, evolucionó hacia un mayor colorismo, siendo precursor del rococó

-      Francesco Fracanzano (1612-1656): formado en el taller de Ribera, se casó con la hermana de Salvator Rosa y formó taller propio con Aniello Falcone. Al igual que muchos de sus contemporáneos napolitanos, empezando por su maestro Ribera, evolucionó del claroscuro caravaggista hacia una mayor luminosidad en su pintura. Parece ser que, durante la peste, murió junto a su mujer y sus cinco hijos

-      Aniello Falcone (1607-1656): figura muy relevante del ambiente artístico napolitano, rodeado de leyendas (como su supuesto violento antiespañolismo), se formó en el taller de Ribera, y fue a su vez maestro de Micco Spadaro, Salvator Rosa y Mattia Preti. Triunfó especialmente con el género de batallas, muy demandado en Nápoles. El hecho de que en su testamento deje bienes a sus nietos y no a sus hijos, hace pensar que también murieron de peste. También deja bienes a la viuda de Francesco Fracanzano

-      Pacceco de Rossa (1607-1656): hijastro del también pintor Filippo Vittale (ambos muy ligados a la figura de Ribera), es otro de los que partiendo de un naturalismo caravaggista evolucionó hacia un mayor clasicismo, con influencias de Stanzione y Artemisia. Perece ser que toda su familia pereció con la peste

-      Juan Do (1601-1656): nacido en Xativa, como Ribera, se casó con la hermana de Pacceco de Rosa, siendo padrinos de boda Battistelo Caracciolo y el propio Ribera. Era parte importante del taller de este último. Al igual que los anteriores, es probable que buena parte de su familia murió por la pandemia

-      Enrico Fiammingo (1607- 1656?): pintor de origen flamenco (en realidad se llamaba Hendrick de Somer), al igual que Do, uno de los principales miembros del taller de Ribera. Sus obras propias se han confundido con las del maestro. Desaparece cualquier rastro  coincidiendo con la peste de Nápoles, por lo que se supone murió entonces

Estos pintores de enorme relevancia -siete, nada menos- en relación todos con Ribera, dejaron un vacío terrible en el ámbito pictórico napolitano e italiano, que pudo ser en parte superado por la supervivencia de otros grandes artistas como Mattia Preti, Salvator Rosa o Luca Giordano, quien dominaría la escuela napolitana en la segunda mitad del siglo XVII. Sin embargo, nos fijaremos en los dos primeros y su relación con la peste, pintores ambos de grandísima calidad, con cuantiosas obras repartidas por todo los museos del mundo.

MATTIA PRETI

En pleno pico de la pandemia, en junio de 1656, y ante la inutilidad de las medidas sanitarias, las autoridades decidieron declarar oficialmente a la ciudad bajo la protección de la Inmaculada Concepción. Esta declaración se hizo palpable con el encargo a un grabador, Nicolás Perrey (de origen francés, pero activo en Nápoles durante décadas) de una estampa para reproducir masivamente entre la población. En dicha estampa se podía ver a la Inmaculada con el niño en brazos (lo que no es muy frecuente en esta iconografía mariana), flanqueada por tres santos de gran devoción napolitana y por debajo, escenas de la terrible peste en la ciudad.

Grabado de Nicolás Perrey (1656),
herramienta de lucha contra la peste, distribuida entre la ciudadanía

Esta estampa debió parecerles una buena solución a las autoridades porque poco después, realizaron un proyecto de enorme envergadura: que en siete puertas de acceso a la ciudad se pintaran grandes frescos siguiendo la misma iconografía del grabado de Perrey. Se le encarga a un pintor llegado a Nápoles poco antes de la peste ya muy consolidado, Mattia Preti, originario de la vecina región de Calabria.

La peste remitió de forma muy importante pasado el verano de 1656, como todas las pandemias, por haberse superado la famosa "inmunidad de rebaño", pero no por vacunaciones masivas como se hace hoy en día, sino porque, o bien la gente moría masivamente o bien sobrevivían los más fuertes. Aún así, Preti ejecutó las siete puertas, terminándolas tres años más tarde, como evidente política preventiva por parte de la autoridades para posibles futuras pandemias. La ubicación en las puertas de la ciudad no es, evidentemente, casual.

Estos frescos han tenido mala evolución: apenas una década más tarde se vieron muy afectados por un terremoto y la intemperie hizo el resto. Hoy en día sólo quedan los restos muy deteriorados de una de las puertas, la de San Genaro (patrón de Nápoles), la más antigua de la ciudad. Afortunadamente, después de casi haber desaparecido, ha sido restaurado y la inauguración será en mayo de 2021.

Comparativa del fresco de Mattia Preti de la Puerta de San Genaro,
la primera es la situación de deterioro anterior a la restauración

Los detalles de la restauración se pueden ver aquí

Por suerte, quedan también los magníficos bocetos de otras dos puertas, que reflejan la evidente pericia de Preti para, basándose en el bastante mediocre y arcaizante grabado de Perrey, hacer composiciones plenamente barrocas y de enorme calidad. El criterio de una división clara entre el mundo celestial (al que se le implora ayuda) y el mundo terrenal (con crudísima exposición de los terribles efectos de la peste) se mantiene, pero la modernidad de la obra de Preti frente al grabado original es evidente.

Bocetos 1 y 2. Mattia Preti. Museo de Capodimonte, Nápoles 

No contento con esta ambiciosa crónica de la pandemia, Preti también pintó décadas antes cuatro cuadros que reflejan de forma mucho más detallada y dramática que la visión más genérica de Micco Spadaro. En estos cuadros se reflejan el horrible caos que Preti refleja más tarde en las partes inferiores de los murales de las puertas de Nápoles. 

De estos cuatro cuadros, tan sólo quedan dos, que se centran en el transporte de cadáveres, el primero, desde las calles de una ciudad, y el segundo, la llegada al lugar de enterramiento, con la aportación de cal viva. Del primero, llama la atención los dos bebés del primer plano, uno aparentemente muerto, y otro intentando mamar del pecho de su madre, también probablemente fallecida. 

Escenas de la peste (1638-40), Mattia Preti. Colección privada, Roma

Esta utilización dramática de bebés, con sus madres fallecidas con el pecho descubierto en primer plano fue probablemente tomado de un cuadro de Poussin pintado años antes, denominado La plaga de Ashdod, que hace mecnión a un episodio bíblico del antiguo testamento.


La plaga de Azoth (1630-31), Nicolas Poussin. Louvre
Utilización de bebés en primer plano, versionado más tarde por Preti

Pero Preti no necesita referencia bíblicas antiguas, nos ofrece una visión directa de los que sus ciudadanos están viviendo. Por tanto, se convierte así no sólo en el reportero más importante de las catastróficas pandemias de peste en el trágico siglo XVII, sino que las pinturas son fiel reflejo de lo que Preti, sin duda, tuvo que vivir en carne propia, al igual que todos los que sobrevivieron a las terribles mortandades que causó la peste.

SALVATOR ROSA

El pintor más original de los pocos supervivientes en el ámbito napolitano fue Salvator Rosa (1615-1673), artista polifacético y precursor del romanticismo. Rebelde por naturaleza, extravagante y heterodoxo, se diferenció de la claustrofóbica temática religiosa que era tan habitual en otros artistas, reivindicando siempre su libertad como creador, y pintando alguno de los cuadros más importantes del siglo XVII de temática oscura, tenebrosa e imaginativa.

De origen napolitano, fue discípulo también de Ribera, pero pasó la mayor parte de su vida artística entre Roma y Florencia, donde tuvo que refugiarse debido a un conflicto con el Bernini, el artista más poderoso en ese momento en la ciudad pontificia. Por tanto, la plaga no le cogió en Nápoles, pero le afectó de forma directa e inhumana. Parece ser que había mandado a su ciudad natal a su primer hijo, Rosalvo, a casa de un hermano. La peste se llevó por delante a su hijo, su hermano y su otra hermana, la ya mencionada mujer de Francesco Fracanzano, que falleció con su marido y sus cinco hijos.

La reacción de Salvator Rosa fue más lógica que la de Murillo, pinta un cuadro de un dolor y resignación extrema. Se trata de “L’Umana Fragilità” o “La Fragilidad de la vida humana”, pintado al poco de morir tanto familiar directo. El cuadro no deja lugar a la duda, se trata de un esqueleto alado que representa la muerte, que dirige la mano de un bebé al que obliga a escribir lo siguiente: "Conceptio Culpa, Nasci Pena, Labor Vita, Necesse Mori", que viene a significar "La concepción es un pecado, el nacimiento es dolor, la vida es trabajo, la muerte una necesidad". Es difícil mostrar mayor pesimismo ante la vida.

La Fragilidad de la vida humana, de Salvator Rosa
(1656, The Fitzwilliam Museum, Cambridge)


Si el texto que escribe el niño es claro, no lo son menos los simbolismos que están por doquier, por ejemplo, el niño que hace burbujas, el otro que prende fuego en el caldero, las mariposas, la flores, son todos símbolos de fragilidad, de la brevedad de la existencia.

En una carta que Salvator Rosa escribe a su íntimo amigo Giovanni Battista Ricciardi, famoso filósofo y dramaturgo, deja evidencia del calamitoso estado de ánimo del pintor: “Esta vez el cielo me ha golpeado de tal manera que me muestra que todos los remedios humanos son inútiles”.

En el siglo XVII los cuadros de Vanitas o Memento Mori (textualmente "recuerda que morirás"), eran muy populares. Los esqueletos o calaveras representando la muerte recordaban al espectador la brevedad de la vida y la inutilidad de los placeres mundanos. Las reiteradas pandemias que asolaron en especial la Europa mediterránea, dispararon la demanda de estos cuadros.

En pleno pico de la pandemia, en junio de 1656, y ante la inutilidad de las medidas sanitarias, las autoridades decidieronUnos años antes de la peste, llegó a Nápoles uno de los pocos artistas que sobrevivieron, el calabrés Mattia Preti. En plena pandemia 

MEDIOS SANITARIOS PARA ENFRENTAR LAS PANDEMIAS DEL XVII

En 1656, el mismo año que la peste asolaba Italia y que Salvator Rosa pintaba “L’Umana Fragilità”, un famoso grabador y editor alemán, Paul Fürst, realiza el grabado titulado “Der Doctor Schnabel von Rom” (El Doctor Pico de Roma). La obra hace referencia a los llamados “doctores de la peste”, quienes ejercían de servidores públicos pagados por cada ciudad durante la pandemia. Su función principal era anotar en registro público los fallecimientos por causa de la peste, pero además supuestamente cuidar a las víctimas, ya fueran ricos o pobres.

La vestimenta, diseñada en París sobre 1630, se extendió rápido por toda Europa: una larga túnica con la cara cubierta con una máscara en forma de pico, que se llenaba de sustancias aromáticas que servían para hacer frente al aire cargado de las “miasmas” (del italiano “mal aire”, es decir, aire cargado con vapores venenosos), consideradas entonces la causa de enfermedades como el cólera, la peste negra y la malaria. Los ojos, además, iban protegidos por lentes de vidrio.

Der Doctor Schnabel von Rom, de Paul Fürst (1656)

También iban con una vara (representada en el grabado con un reloj de arena alado, símbolo de lo efímero de la existencia) que se utilizaba para examinar al paciente sin tener que tocarlo e incluso, llegado el caso, para azotarlo por sus pecados.

Es decir, algunos se extralimitaban en sus funciones y ello dio lugar a sátiras como este grabado que incluye un poema sarcástico, que alerta sobre las prácticas abusivas de algunos de estos “doctores”:

Usted cree que es una fábula

lo que está escrito del Doctor Pico,

que huye del contagio

y saca de ahí su salario.

Busca cadáveres para subsistir,

como el cuervo en el estercolero.

Ah, créalo, no vaya allí,

pues en Roma reina la peste.

Quién no estaría aterrado

ante su vírgula o vara,

por la que habla, cual si fuera mudo,

e indica lo que hay que hacer.

Como algunos creen, sin duda,

que lo tienta un diablo negro,

la bolsa sería su infierno

y oro, las almas que recolecta.

En la parte inferior, junto a una vista de una ciudad italiana, se ve a unos niños huyendo del médico.

Ante la magnitud de las pandemias del pasado reciente, con porcentajes brutales de mortalidad, que afectaron a personas de tan sólo una decena de generaciones anteriores a nosotros, que transitaban por donde nosotros transitamos; cuando se observa las reacciones de profunda tristeza y resignación con la que se hacía frente a un enemigo totalmente desconocido; cuando se conoce que incluso se pagaba a supuestos doctores que pegaban con un palo a los enfermos por ser pecadores, uno no deja de estar tremendamente agradecido por los tiempos en que vivimos.

 

Robles Carrión J; Vega Vázquez FJ; Pachón María E. (2012): Epidemia de peste en 1649. Enfermería en el hospital de las cinco llagas. Cultura de los Cuidados. (Edición digital) 16, 33. Disponible en: https://rua.ua.es/dspace/bitstream/10045/24150/1/CC_33_05.pdf   

Sobre el cuadro “L’Umana Fragilità” de Salvator Rosa, ver información en: https://www.fitzmuseum.cam.ac.uk/sites/default/files/fs_s_rosa_human_frailty.pdf

Sobre el grabado “Der Doctor Schnabel von Rom” de Paul Fürst, ver información en: https://www.isciii.es/QuienesSomos/CentrosPropios/MuseoISCIII/Documents/Junio2016_Medico_peste.pdf

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